Es verlo y acordarme de ellos. No sé de donde salieron. Algunos de las comisiones obreras, las asociaciones de vecinos o la universidad. Otros de estar callados toda la vida. Eran comunistas, y con la carroña de Franco aún caliente, asomaron la cabeza para reestrenar la política. Es ver a Anguita y acordarme de la gente del PCE. Tipos de otro tiempo. Conocí a unos cuantos en mi pueblo poco antes de las elecciones municipales de 1979. A ninguno se le pasó por el caletre que la política pudiera ser algo con lo que ganarse la vida. Eran trabajadores manuales, gente de oficio que leía con dificultad y escribía lo justo para ir tirando. Veo a Anguita y me acuerdo de ellos, de los libros forrados con papel de periódico que apenas entendían pero que guardaban como tesoros en el fondo de los baúles. Aquellos hombres tocaban de oído, pero tocaban bien. Gente del PCE que dio la cara en los peores tiempos, los únicos capaces de tocarle los cojones al dictador, los que entraron en los Ayuntamientos y abrieron las ventanas para que se saliera el aire podrido de los cuarenta años. He olvidado muchos nombres, pero me acuerdo de las caras. Anguita me los recuerda. Para ellos no era suficiente la fotografía de una cara bonita en un cartel electoral. Para ellos la política tenía auténtico sentido cívico y revolucionario. Eran gente de utopía que no se casaba con nadie ni se vendía por nada. De la poca gente honrada que he conocido en mi vida.

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