Ya en Madrid, Gabriel se emplea como criado de una célebre cómica. Por las mañanas, nuestro amigo se dirige a la calle del Desengaño -cruce Melancolía que diría aquél- con el fin de adquirir los ungüentos y los afeites que usa su ama,  «el Blanco de Perla, el Elixir de Cirxasia, la Pomada a la Sultana y los Polvos a la Marechala de monsieur Gastan, el propio alquimista de María Antonieta».

Gabriel conoce a la joven Inés, su gran amor, y pronto entrará al servicio de la condesa Amaranta, que lo introducirá en los ambientes nobiliarios de la corte.

«Aquellos nobles que buscaban la compañía del pueblo para disfrutar pasajeramente de alguna libertad en las costumbres estaban consumando, sin saberlo, la revolución que tanto temían, pues antes de que vinieran los franceses y los volterianos y los doceañistas, ya ellos estaban echando las bases de la futura igualdad.»

Galdós vislumbra lo que vendrá. La corte de Carlos IV era todo menos tranquila. La reina María Luisa mantenía amistad estrecha -muy estrecha- con el valido Manuel Godoy. Fernando, Príncipe de Asturias, quería reinar. El Monasterio del Escorial será el escenario de la conspiración que estallará en Aranjuez.

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