Lo prodigioso es cómo Valencia, perdiendo carácter, ha crecido, y hace suponer que cuanto menos tenga -como otras- más anchas serán sus calles, más altos sus edificios, menos preocupados sus moradores, éstos lleguen a olvidar los santos de sus nombres para transformarse en sencillo número y que a cualquier político le será fácil convencer a los felices moradores de su país bien soleado que los autores de todo mal son los escritores, por inventar tramoyas e inverosimilitudes o recordar tiempos pasados, siempre peores. A este resultado me llevó el Plan Sur mientras me hacía ilusiones de ver desaparecer esos horrendos merenderos de la playa del Cabañal, donde ya ni bien se come. En parte reconozco -tal vez- la culpa de los exiliados, a su vuelta, o de sus familiares, cuando los acogieron aquí de visita y aumentaron el gusto por el chile. Ahora, aquí, todo sabe a picante; le echan guindilla a todas sus salsas, y por aquí, seguramente, se deslizará sin ruido el chile a toda Europa. Todo pica: las clóchinas y las gambas, las butifarras y los butifarrones y el all i pebre (que siempre tuvo lo suyo) parece de Puebla o de Oaxaca. Tal vez me equivoque pero me parece, como el tuteo, el peor resultado de la guerra civil.

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