Bien, esos cinco desgraciados tienen esposas, hijos, electores, adversarios, amigos y enemigos que les hacen chantajes, amigos y enemigos que controlan sus pasos y sus teléfonos… Tienen también su amante, como es habitual. Y durante todo el año anhelan esta semana, aquí, de los ejercicios; y acaban por hacerlos realmente. Mandan primero a las mujeres; recomendándomelas, claro, porque yo no las aceptaría sin sus recomendaciones, como personas con los nervios destrozados, que buscan serenidad y reposo ante sus contrariedades familiares y sus desgracias, en un ambiente confortablemente religioso. Yo finjo que no me percato, que no sé nada, y las acepto. Porque sé perfectamente que su anhelo de una semana de amor se convertirá en una semana de infierno…
El cretino que usted ha oído imagina delicias y delirios eróticos. Y, en cambio, ¿sabe qué están haciendo esos cinco adúlteros, esos cinco pecadores? Están discutiendo. Y discuten sin motivo, o por algún motivo fútil, por una especie de autocastigo; precisamente porque se sienten adúlteros, se sienten pecadores… Si va usted a escuchar junto a sus puertas (y son muchos los que lo hacen en este momento), les oirá usted reñir más que cualquier pareja legítima, con más furor, con mayor crueldad… Créame, el mejor modo de hacer el amor es el inmediato y fugaz que ofrecen las prostitutas…