La cultura del esfuerzo no es más que una engañifa para amansar a la clase obrera, un mito que no se sostiene y que carece de la más mínima evidencia empírica. Una quimera que solo sirve para atomizar a la clase trabajadora e inculcar una falsa ilusión de progreso a la vez que preserva la imagen de triunfadores de aquellos que solo han sabido vivir de la heredad; en multitud de ocasiones, manchada de sangre.

La verdadera fortaleza del relato neoliberal sobre la meritocracia, la cultura del esfuerzo y la importancia del factor personal a la hora de alcanzar el éxito en la sociedad es la de sobrevivir y perpetuarse con un relato falsario sobre las riquezas logradas cuando, cada semana, multitud de hechos, noticias, sucesos y declaraciones lo sepultan en la cruda realidad. La clase determina con fuerza tu futuro. Importa dónde naces, importa el dinero que tiene tu familia o el que tienes para pagar los peajes necesarios para lograr el triunfo. Una mentira universal que, en el caso español, tiene unas peculiaridades específicas nacidas de la cultura nacional-católica de la dádiva, el soborno o el pago de peajes.

(…)

La mayor resistencia a la reparación histórica no es cultural, política o moral. Es económica. No existe mayor reparo por parte de los vencedores a que los deudos de los vencidos recuperen los huesos de sus familiares o les pongan un monolito de recuerdo. Duele un poco más que se quite una calle al padre, abuelo o bisabuelo, porque eso implica establecer una mácula de comportamiento en aquellos que creen que actuaron por derecho y siguiendo un mandato divino, pero también lo soportarían sin más allá que una mueca o un pellizco a su negro corazón. Pero esas cesiones son una apertura a una realidad mucho más aterradora para aquellos que guardan secretos junto al dinero detrás del cuadro de sus antepasados: la de las reparaciones económicas, la de la devolución del patrimonio robado. La de la restauración del statu quo original en el que su dinero era de otros y en el que su vivienda no estaba a su nombre. Aquel en el que, sin un golpe sangriento y su colaboración criminal, no habría empresa o banco con el que enriquecerse. Si desaparece la razón del vencedor, se abre la puerta a la justicia del vencido. A eso sí le tienen miedo.

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