Y sigo. El pobre D. Carlos es víctima de su ineptitud. Las traviesas napolitanas, que iban de capa caída, llevan ahora la mejor parte. Han derribado a Calatrava y su partido inepto, que no gobierna ni administra; se han congraciado con Luis Felipe, que juega con dos cartas, halagando por un lado al absoluto, por otro a la Reina, y solicita de ésta que sofoque el incendio revolucionario y masónico; se han agarrado al brazo fuerte de Espartero; han dado a la oficialidad el gusto de anular la obra de los sargentos. Pondrán freno a la libertad de imprenta, convertirán en un papel mojado la reciente Constitución, y éste no es más que el primer paso para ir a un régimen de fuerza y autoridad. ¿Qué sucederá después? Si quieres que sea también profeta, te diré que seguirá funcionando la máquina de los pronunciamientos; que no habrá revoluciones temibles, porque el pueblo es un buenazo, a quien se engaña con colorines y palabras vacías; que tendremos disturbios, cambiazos y trapisondas, todo sin grandeza, pues no hay elementos de grandeza, y las ambiciones son de corto vuelo. Redúcense a obtener el mando, y a que los triunfadores imiten a los vencidos en sus desaciertos y mezquindades. No late en la raza la ambición suprema de un Cromwell o un Napoleón. Todo es rivalidad de comadres y envidias de caciques. ¿Qué te ríes? Pues tú lo verás, tú, que has de ser actor en esta comedia, y te contentarás con hacer tu papelito modesta y gravemente, creyendo que haces algo. Cuando llegues al término de tu vida, nuestras dos calaveras tendrán un careo gracioso en las honduras de la tierra… y nos reiremos.