«- ¿Por qué luchas, entonces? No es una clase de vida…
Lo miró casi con desprecio.
-¿Una clase de vida?
– Claro. Esta sucia Europa de fronteras peligrosas, manifestaciones vigiladas por los fusiles de la policía, tiroteos en las esquinas, escuadras de choque, mítines callejeros y cervecerías que huelen a humo y sudor, donde se conspira en voz baja para asaltar estaciones de radio, ministerios y centrales telefónicas…
– ¿Así de sórdido lo ves?… Yo lo veo luminoso.
Seguía observándolo, crítica. Superior.
– ¿No es vida para una mujer, quieres decir? -añadió de pronto.
Falcó no respondió. Dio una última chupada y arrojó la colilla lejos, impulsada por el pulgar y el índice. El sol ya estaba alto, iluminando con intensidad el ganado, los prados y las encinas. Se reflejaba en los cristales del automóvil.
– Se acerca la hora -comentó ella-. Todo va a derribarse para reconstruirlo de nuevo. Vienen tiempos de caos -sonrió, irónica-. De ruido y de furia.
– ¿Y después?
– No sé. Aunque dudo que algunos de nosotros lleguemos a ver el después.»