-Señora mía -respondió D. José plantándose la mano abierta sobre el pecho-. Por el nombre que llevo, nombre ilustre si los hay; por la salud de mis hijos, por el amor purísimo de mi esposa, digo y juro que este mozo gallardo es hijo del mismísimo D. Juan Álvarez Mendizábal, mi augusto jefe.
-Me lo figuraba -dijo Doña Jacoba con mirada resplandeciente-. Pero me falta saber otra cosa… ¿Y la madre?… ¿quién es la madre?
-¡La madre!… ¡la madre!… -murmuró Milagro como en grande confusión, pasándose la mano por el cráneo.
-Sí, hombre… ¿quién es la madre?
-¡La mamá!… ¡Ah, ya recuerdo… Con el maldito néctar se le va a uno la memoria… Pues la madre… silencio, que no nos oiga nadie… es… ¡una reina!
-¡Una reina! -exclamó D. Carlos con espantados ojos.