Se dejó conducir como sonámbula y, desnuda, se introdujo entre las sábanas tibias, pegada contra el cuerpo de su marido. Siempre bastaba con el olor de su piel, la firmeza de sus brazos, la eterna sonrisa de niño malo para que lo desease con locura. Hicieron el amor sin ruido, de un modo profundo e intenso, con una fuerza que parecía reservada para vengarse de la muerte, para resarcirse de sus ultrajes. El sexo de después de los funerales, el sexo tras la muerte de un amigo, el sexo que afirma que sigues vivo a pesar de los daños, el sexo intenso y soberbio del desagravio, que está destinado a borrar la sordidez del mundo, y lo consigue.