– Todas estafáis; no eres tú sola… Todas estafáis y engañáis, pero no con eso que la gente llama «engaño» y que al fin y al cabo es lo único que quizá no tiene importancia, sino con los otros múltiples y dolorosos engaños que son la esencia del vivir. Engañáis cuando le decís al hombre «yo te comprendo», a sabiendas de que sois incapaces de comprensión. Engañáis cuando decís: «eres el primer hombre que me habla así», y os consta que todos los hombres os hablaron igual. Engañáis cuando afirmáis estar necesitadas de apoyo y de consuelo en la vida, teniendo como tenéis la certidumbre de que vivís apoyadas exclusivamente en vosotras mismas y que para consuelo os basta un vestido nuevo o una alhaja deseada. Engañáis cuando decís que vuestra familia ocupó en tiempos una elevada posición social. Engañáis cuando hacéis general a vuestro padre; y cuando contáis cómo a los dieciséis años pidió vuestra mano un anciano marqués, al que dijisteis que no porque os dan asco los viejos. Y engañáis al declarar vuestra edad. Y al declarar que es natural el rizado de vuestro pelo. Y cuando aseguráis que os repugna el piropo en la calle. Y cuando decís que amáis la música de Beethoven. Y cuando decís que preferís en el hombre las cualidades del alma. Y engañáis cuando lloráis en los crepúsculos. Y cuando señaláis con el dedo al joven que se cruza con vosotras por la calle, confesando: «aquel muchacho se quiso suicidar por mí». Y engañáis al declarar que una vez os llevasteis un premio de belleza. Y que otra vez, en un balneario, os confundieron con Raquel Meller. Y engañáis cuando describís con todo detalle el Rolls que tuvo vuestra abuela, y que fue el tercer Rollos que circuló por España…

Al llegar a lo del Rolls frenó unos instantes.

Resumió:

-Engañáis siempre en todo, por todo y para todo. Engañáis, porque lleváis el engaño en la masa de la sangre, revuelto con los leucocitos, los eritrocitos y los bacilos de Eberth.

Calló otra vez y, al seguir, ya personalizó la acusación.

-Te quise -explicó- porque me pareciste diferente a las demás, razón por la cual se deciden siempre a querer los imbéciles. Y al cabo de cuatro años, advierto que eres como las otras… Peor que las otras, puesto que has podido cloroformizar mi perspicacia a lo largo de esos… (calculó mentalmente 365 x 4 = 1.460)

… de esos 1460 días.»

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