El último cuarto del siglo XIX supone en España un período de relativa estabilidad y prosperidad al amparo del sistema político de la Restauración: Alfonso XII, en los primeros años, y su esposa, la Reina Regente, María Cristina, después, ostentan la titularidad de la monarquía, en la que la acción política viene marcada por el turno de partidos conservador, con Cánovas, y liberal, con Sagasta.

En el ámbito de la escuela no soplan esos buenos vientos y se produce un movimiento de reivindicación que corre paralelo a los afanes regeneradores de los precursores de la generación del 98. Los maestros se hacen periodistas y acuden semanalmente a los modestísimos hogares de sus compañeros los «mentores de la infancia» de la mayor parte de los pueblos de España. Y, allí, en medio del sufrimiento y de la indigencia, los maestros lectores constatan cómo sus compañeros de profesión de otras localidades sufren por lo menos las mismas vejaciones que ellos mismos. La prensa del magisterio alcanza entre el mismo período que señalaba Azorín en su conocido artículo para delimitar el alcance temporal de la generación del 98 (de 1870 a 1898), una vitalidad ciertamente sorprendente. Tanto es así, que podemos hablar de la década de los años ochenta, como una etapa dorada del periodismo profesional del magisterio (Checa Godoy, 1986).

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