A partir del 10 de marzo (1939), cinco días después del golpe del coronel Casado, la dirección del PCE inicia una atropellada marcha del territorio nacional. Lo hacen con lo puesto y una libra esterlina que les va dando a cada uno el tesorero Delicado, no tienen documentación correcta, ni saben exactamente hacia dónde van; ni siquiera los pilotos van preparados: todo es improvisación.
El partido de la mítica organización leninista se muestra chapucero y torpe. El golpe de Casado no ha hecho sino incrementar la incompetencia y la falta de previsión del aparato del PCE y de los dirigentes de la Internacional Comunista (IC) en España. Fuera de los esloganes sobre la resistencia a ultranza y el esquema dogmático, según el cual «la casa se ocupará de todos» o «lo ti
ene todo previsto», es posible que tampoco ellos tuvieran ni idea de cómo terminar la guerra si Casado no hubiera favorecido un final precipitado. Nada previsto, nada pensado, ninguna iniciativa, exceptuando las de Togliatti para hacer menos costosa la fuga. Solo queda el «sálvese quien pueda» y en muchos casos rompiendo el tópico del escalafón; porque en la fuga no se tuvo en cuenta rigurosamente el nivel jerárquico del PC, sino que se fueron a la española, «marica el último».
Cinco meses, cinco, van a dar de sí todo lo necesario para concentrar el caos, la irresponsabilidad y la incompetencia del estado mayor del PCE. Son los cinco meses que median entre el fin de la guerra civil y el comienzo de la conflagración mundial: de abril a septiembre de 1939. Cada dirigente comunista ha terminado la guerra como ha podido, sin plan ninguno, en una improvisación perpetua. Han ido recalando en Francia, unos directamente, y la mayoría tras rebotar en África del Norte.