Todavía se acordaba mamá Paulina del día en que apareció el viejo Leiston por el muelle y, después de recorrerlo una y otra vez con manifiesta desazón, emitió una especie de bufido que más parecía provenir de un cuerno de caza y se quedó como a la expectativa frente al caserío, esperando quizá que toda la gente portuaria que por allí había acudiera de inmediato a aquel indebido y venatorio llamamiento. Pero la gente no acudió ni se dio por aludida, simplemente observó de lejos y con escasa atención al estrafalario paseante, cosa que debió parecerle a este de lo más descortés, pues optó por dirigirse con dubitativo enojo, esgrimiendo el bastón a manera de estoque y usando la mano como visera, a la tienda de vinos y efectos navales de Jenaro Lacavallería.