Alejados de sus raíces, deambulando en una ciudad pobretona (Madrid), sin un público lector que les permitiera vivir de sus libros, sin presupuesto público que viniera en su socorro, estos intelectuales llamaron a las puertas de las redacciones de los periódicos para encontrar sustento material y compañía espiritual. La opción por el artículo periodístico no tuvo que ver únicamente con el propósito de agitar a la masa, sino con la necesidad de vivir del oficio de escribir que a todos acuciaba: «Yo sigo ganando la cena de mis hijos (dos) con articulejos gárrulos y dislocados», escribía Clarín, catedrático de la Universidad de Oviedo y colaborador de periódicos madrileños, a Menéndez Pelayo, director de la Biblioteca Nacional; y Unamuno, que siempre superó a Clarín en hijos y artículos, echaba buena cuenta de cuánto podía sacar si la pieza escrita daba pie a una intervención hablada: escribía en el periódico con el ojo puesto en la conferencia que a buen seguro su denuncia suscitaba. No supieron, o no pudieron, como recordará Baroja, «vivir con cierta amplitud», pues pertenecían a una pequeña burguesía con escasos medios de fortuna, y la venta de sus primeros libros, cuya impresión corría a veces a su cargo, no alcanzaba ni los cien ejemplares. Todos ellos han dejado testimonio de las dificultades para entrar en los periódicos, de sus lamentos por el misoneísmo feroz y las dificultades para frecuentar sus redacciones, aunque muy pronto pudieron abrirse paso, sin que les importara la orientación política de la publicación, si conservadora como La Época, liberal como El Imparcial, o de algún jefe de partido -como Heraldo-, y sin que se resintiera su copiosa producción por las tremendas crisis personales que confiesan haber pasado. Unamuno, por ejemplo, publica sin cesar desde su juventud hasta el fin de sus días, y en diciembre de 1898 hace un balance de situación y muestra a su amigo Juan Arzadun su satisfacción por haber logrado entrar en Heraldo, porque El Imparcial le publica algunas cosillas, por haber corregido pruebas de La vida es sueño para La España Moderna. Quizá nadie como él haya sabido combinar tan portentosamente la urgencia por despertar almas pegando aldabonazos con artículos periodísticos y la contabilidad pormenorizada del producto de cada uno de ellos.

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