La Restauración había sido una de esas fases intermedias difíciles de definir. Así como los hombres cansados exigen reposo, los hechos consumados exigen garantías. Es lo que Francia exigió a los Borbones después del Imperio. Pero la familia predestinada que regresó a Francia a la caída de Napoleón tuvo la simplicidad fatal de creer que era ella la que daba, y que lo que daba lo podía recuperar; que la casa de los Borbones poseía el derecho divino, que Francia no poseía nada.
Creyó que tenía fuerza, porque el Imperio había desaparecido delante de ella; no vio que estaba también ella en la misma mano que había hecho desaparecer a Napoleón.
La casa de los Borbones era para Francia el nudo ilustre y sangriento de su historia, pero no era el elemento principal de su destino. Cuando la Restauración pensó que su hora había llegado, y se supuso vencedora de Napoleón, negó a la nación lo que la hacía nación y al ciudadano lo que lo hacía ciudadano.
Este es el fondo de aquellos famosos decretos llamados las Ordenanzas de Julio.