El nacimiento del Único.

Para Stirner, la racionalidad filosófica posterior al antiguo régimen es una reformulación religiosa en la que toda idea sacralizada -patria, Estado, cultura- sustituye al viejo sistema de dominación medieval, una adaptación del principio de dominación a las nuevas circunstancias políticas y económicas de la nueva etapa burguesa.

No hay nada, pues, por encima del individuo. No hay trascendencia ni principio superior a la voluntad del Único, el individuo. No se puede sustituir a Dios por el Estado, la igualdad, la libertad, la educación o la justicia como pretendían Kant o Rousseau. Hay que destruir cualquier obstáculo para que el individuo pueda vivir sin límites.

Esta idea de la muerte de lo absoluto la recuperará Nietzche, pero también algunos anarquistas. Si no nada superior no hay jerarquía natural, ni norma ni ley moral por encima del individuo, como pretendían Proudhon o Godwin. Todo ideal sacralizado, toda norma o ley moral, ideal político o humanitarista es alienación y debe ser destruido porque se opone a la libertad del Único.

Al negarse la idea de humanidad, Estado, sociedad y todo lo que caracteriza al pensamiento racional ilustrado se deja sitio a la voluntad y el instinto. Solo hay individuos diferentes con sus propios y egocéntricos deseos.

En esa relación entre el individuo y lo absoluto aparece el poder y la propiedad. Stirner considera la propiedad como algo positivo, porque afirma el yo. Mi poder es mi propiedad. Mi poder me da la libertad. La propiedad de un bien material o inmaterial se tiene en su integridad y sin límites ni obstrucciones.

Su sentido de propiedad no encaja con el corpus teórico anarquista. Tampoco cree posible conjugar libertad con igualdad, lo que provocará conflictos entre los individualistas y el resto de familias ácratas. La idea ilustrada de igualdad remite a la esfera de lo absoluto, una idea a combatir. Solo pueden existir individuos libres si se acepta la inexistencia de la igualdad.

A diferencia del pensamiento ilustrado, la libertad es rechazada como principio superior, como eje que vertebra la comunidad política. Existe la libertad como ser y la libertad como poseer. La primera se fundamenta en el concepto abstracto de libertad de la Revolución francesa, una aspiración filosófica falsa por cuanto forma parte de lo absoluto. La segunda es la auténtica libertad. El individuo propietario se adueña de su propia libertad, no espera a que alguien, desde el poder político, se la otorgue. Para gozar la libertad hay que tomarla y apropiársela, y depende de la capacidad de cada individuo porque se trata de una manifestación de la voluntad individual. Debe ser conquistada a partir del propio esfuerzo. Toda libertad concedida es incompleta, como lo es la del perro a quien el amo alarga la cadena.

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