Me hallaba yo una tarde -relata Luis Araquistain- en el salón de sesiones de nuestras Cortes republicanas, clavado en mi asiento en espera de votar algo cuando terminase el orador de turno mil y uno. Para combatir el gran tedio de aquel perorante, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, leía yo un folleto alemán donde se hacía la historia clínica de Carlos Marx. Prieto estaba sentado a mi lado, dormitando al parecer, pero en realidad escuchando muy atentamente con su fino oído de liebre, para interpolar alguna de sus temibles interrupciones si el orador incurría en sus no menos temibles disparates. «Oiga usted lo que leo en este folleto -le dije-; como usted, Carlos Marx sufría también de almorranas crónicas.» A lo que contestó rápidamente, impasible, casi sin abrir los ojos: «En algo tenía yo que ser marxista.»

En la Rusia soviética, esta chuscada patológica y «desviacionista» le habría costado muy cara a Prieto. Pero estábamos en España, donde el marxismo no era una secta fanática y criminal, como pretenden los necios bonzos chabacanos del franquismo. A mí me hizo mucha gracia y, lejos de indignarme o apiadarme de su aparente menosprecio o ignorancia del marxismo, que entonces andaba en más bocas que cabezas, me admiré del valor de no ocultar su pensamiento, equivocado o no, que es la característica de una fuerte personalidad. Prieto no ha tratado de engañar nunca a nadie con vanos alardes ideológicos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *