El 12 de septiembre de 2024, el joven multimillonario Jared Isaacman abrió la escotilla de la cápsula espacial, pudo contemplar la Tierra desde una altitud de casi 750 kilómetros y dijo: «desde aquí parece un mundo perfecto». El 24 del mismo mes, con motivo de la 79ª Asamblea General, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutérres, advertía: «El estado de nuestro mundo es insostenible. La impunidad, la desigualdad y la incertidumbre son los principales factores de insostenibilidad que están interrelacionados y colisionan». Aunque nunca en toda nuestra historia la humanidad alcanzó niveles de bienestar como en la actualidad, la descripción del Secretario General resume mejor el momento actual. Al menos, esa es la percepción que se ha instalado en la mente de una buena parte de la humanidad. También en el Occidente que ha moldeado el mundo durante los últimos cinco siglos.

El desorden es la nueva normalidad de un mundo fragmentado y desquiciado. Gobernado por nuevos magnates, plutócratas, oligarcas, mercaderes globales y nuevos emperadores digitales. Un mundo que asiste a la pérdida de autonomía en muchos Estados y al retroceso de las democracias liberales, instituciones fundamentales de la segunda mitad del siglo XX, en favor de unos nuevos imperios tecnológicos del siglo XXI que, a diferencia de los viejos imperios de la primera mitad del siglo XX, no se pueden cartografiar en un mapa, como afirmó Bauman.

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