«Desde el momento en que los barcos de la VI Flota empezaron a atracar en el puerto de Barcelona, allá por el 51, le desagradaron esas hordas de marineros grandullones irrumpiendo en las calles de la ciudad, con el paso zambo, las voces altas y esas ridículas gorritas ladeadas. No le gustaban los americanos. No era tanto el que fueran protestantes, allá ellos, sino las ínfulas que se daban de ser los paladines de la libertad, como si eso fuera algo importante o necesario. Era esa soberbia con la que miraban a los españoles, como si fueran medio pigmeos. Era su manera de andar tirando dólares para que la gente los recogiera como las focas en el circo. Era su idioma, era su música, era esa maldita goma de mascar que los hacía parecer rumiantes. Eso sí, el tabaco era excelente. Pero él seguía fumando picadura española. Dio una larga calada al cigarrillo.

Y ahora un americano muerto. Un marinero de uno de los barcos de la VI Flota anclados en el puerto. Un marinero americano muerto. Acuchillado.»

Fragmento

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